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3er Capítulo Viceprovincial 2010

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celebración de los votos

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postulantado 2010

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visita caracolí en la periferia de Bogotá

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Tema: El testimonio suscita vocaciones

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVIPARA LA XLVII JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
25 DE ABRIL DE 2010 – IV DOMINGO DE PASCUA

Tema: El testimonio suscita vocaciones

Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio;queridos hermanos y hermanas
La 47 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará en el IV domingo de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, el 25 de abril de 2010, me ofrece la oportunidad de proponer a vuestra reflexión un tema en sintonía con el Año Sacerdotal: El testimonio suscita vocaciones. La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida también por la cualidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo. Este tema está, pues, estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados. Por tanto, quisiera invitar a todos los que el Señor ha llamado a trabajar en su viña a renovar su fiel respuesta, sobre todo en este Año Sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150 aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el Cura de Ars, modelo siempre actual de presbítero y de párroco.
Ya en el Antiguo Testamento los profetas eran conscientes de estar llamados a dar testimonio con su vida de lo que anunciaban, dispuestos a afrontar incluso la incomprensión, el rechazo, la persecución. La misión que Dios les había confiado los implicaba completamente, como un incontenible “fuego ardiente” en el corazón (cf. Jr 20, 9), y por eso estaban dispuestos a entregar al Señor no solamente la voz, sino toda su existencia. En la plenitud de los tiempos, será Jesús, el enviado del Padre (cf. Jn 5, 36), el que con su misión dará testimonio del amor de Dios hacia todos los hombres, sin distinción, con especial atención a los últimos, a los pecadores, a los marginados, a los pobres. Él es el Testigo por excelencia de Dios y de su deseo de que todos se salven. En la aurora de los tiempos nuevos, Juan Bautista, con una vida enteramente entregada a preparar el camino a Cristo, da testimonio de que en el Hijo de María de Nazaret se cumplen las promesas de Dios. Cuando lo ve acercarse al río Jordán, donde estaba bautizando, lo muestra a sus discípulos como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Su testimonio es tan fecundo, que dos de sus discípulos “oyéndole decir esto, siguieron a Jesús” (Jn 1, 37).
También la vocación de Pedro, según escribe el evangelista Juan, pasa a través del testimonio de su hermano Andrés, el cual, después de haber encontrado al Maestro y haber respondido a la invitación de permanecer con Él, siente la necesidad de comunicarle inmediatamente lo que ha descubierto en su “permanecer” con el Señor: “Hemos encontrado al Mesías —que quiere decir Cristo— y lo llevó a Jesús” (Jn 1, 41-42). Lo mismo sucede con Natanael, Bartolomé, gracias al testimonio de otro discípulo, Felipe, el cual comunica con alegría su gran descubrimiento: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés, en el libro de la ley, y del que hablaron los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). La iniciativa libre y gratuita de Dios encuentra e interpela la responsabilidad humana de cuantos acogen su invitación para convertirse con su propio testimonio en instrumentos de la llamada divina. Esto acontece también hoy en la Iglesia: Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes, fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio del Pueblo de Dios. Por esta razón deseo señalar tres aspectos de la vida del presbítero, que considero esenciales para un testimonio sacerdotal eficaz.
Elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo de Él la comunión y el diálogo incesante con Dios. Si el sacerdote es el “hombre de Dios”, que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con Él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones. Como el apóstol Andrés, que comunica a su hermano haber conocido al Maestro, igualmente quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo “visto” personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él.
Otro aspecto de la consagración sacerdotal y de la vida religiosa es el don total de sí mismo a Dios. Escribe el apóstol Juan: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Con estas palabras, el apóstol invita a los discípulos a entrar en la misma lógica de Jesús que, a lo largo de su existencia, ha cumplido la voluntad del Padre hasta el don supremo de sí mismo en la cruz. Se manifiesta aquí la misericordia de Dios en toda su plenitud; amor misericordioso que ha vencido las tinieblas del mal, del pecado y de la muerte. La imagen de Jesús que en la Última Cena se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla, se la ciñe a la cintura y se inclina para lavar los pies a los apóstoles, expresa el sentido del servicio y del don manifestados en su entera existencia, en obediencia a la voluntad del Padre (cfr Jn 13, 3-15). Siguiendo a Jesús, quien ha sido llamado a la vida de especial consagración debe esforzarse en dar testimonio del don total de sí mismo a Dios. De ahí brota la capacidad de darse luego a los que la Providencia le confíe en el ministerio pastoral, con entrega plena, continua y fiel, y con la alegría de hacerse compañero de camino de tantos hermanos, para que se abran al encuentro con Cristo y su Palabra se convierta en luz en su sendero. La historia de cada vocación va unida casi siempre con el testimonio de un sacerdote que vive con alegría el don de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos. Y esto porque la cercanía y la palabra de un sacerdote son capaces de suscitar interrogantes y conducir a decisiones incluso definitivas (cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal, Pastores dabo vobis, 39).
Por último, un tercer aspecto que no puede dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada es el vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Jn 13, 35). De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas. En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá:"sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir" (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius, 2).
Me es grato recordar lo que escribió mi venerado Predecesor Juan Pablo II: “La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia —un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual—, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (Pastores dabo vobis, 41). Se podría decir que las vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes, casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera.
Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta. Llegan a ser “signo de contradicción” para el mundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por el materialismo, el egoísmo y el individualismo. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente. Imitar a Cristo casto, pobre y obediente, e identificarse con Él: he aquí el ideal de la vida consagrada, testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.
Todo presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada universal a la santidad. Por tanto, para promover las vocaciones específicas al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa, para hacer más vigoroso e incisivo el anuncio vocacional, es indispensable el ejemplo de todos los que ya han dicho su “sí” a Dios y al proyecto de vida que Él tiene sobre cada uno. El testimonio personal, hecho de elecciones existenciales y concretas, animará a los jóvenes a tomar decisiones comprometidas que determinen su futuro. Para ayudarles es necesario el arte del encuentro y del diálogo capaz de iluminarles y acompañarles, a través sobre todo de la ejemplaridad de la existencia vivida como vocación. Así lo hizo el Santo Cura de Ars, el cual, siempre en contacto con sus parroquianos, “enseñaba, sobre todo, con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar” (Carta para la convocación del Año Sacerdotal, 16 junio 2009).
Que esta Jornada Mundial ofrezca de nuevo una preciosa oportunidad a muchos jóvenes para reflexionar sobre su vocación, entregándose a ella con sencillez, confianza y plena disponibilidad. Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, custodie hasta el más pequeño germen de vocación en el corazón de quienes el Señor llama a seguirle más de cerca, hasta que se convierta en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad. Rezo por esta intención, a la vez que imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 13 de noviembre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI

Semana Vocacional participantes

Semana Vocacional participantes

hermanos estudiantes en chile

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vivimos en comunidad la alegria de estar en Jesús

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Damian nos invita a ser contemplativos, para ser compasivos, felices en la mision

“Sin la presencia constante de Nuestro Divino Maestro en mi pobre capilla, yo nunca habría podido perseverar, compartiendo mi suerte con la de los leprosos de Molokai”.“Si me ofrecieran incluso cien mil dólares por hacer lo que hago, no me quedaría cinco minutos más por dinero. Solamente Dios y la salvación de las almas me mantienen aquí”. P. Damián.

“Todos los Domingos celebro dos Misas, una en cada parroquia. Predico cuatro veces y doy dos bendiciones con el Santísimo y Reserva, por lo cual al fin del día me siento cansadísimo. La semana la empleo casi toda en visitar a mis numerosos enfermos y en cuidar de mis huerfanitos, todos ellos leprosos. Poco o mucho, no cabe duda que repugna a la naturaleza verse continuamente rodeado de estos desprotegidos niños y sin embargo, yo encuentro mucho consuelo en ellos, pues teniendo algo de médico, como mi patrón San Damián, procuro con la ayuda de Dios, aliviar sus penas y calmar sus dolores corporales, llevándolos al mismo tiempo por el camino de la salvación. Todos ellos saben el catecismo admirablemente y asisten diariamente por la mañana a la Santa Misa, y por la tarde al rezo de Rosario”. P. Damián.


conoce algo de los sscc en colombia

P. ADALBERTO VANFRACHEM, SSCC
Nace en Lovaina, Bélgica en 1908. Ingresa a la Congregación de los Sagrados Corazones, en 1927, y pronuncia sus primeros votos, en 1928.
Es ordenado sacerdote en 1935. Y después de haber desempeñado diversos servicios en su Provincia, es enviado en 1959, como misionero para América Latina. Al llegar al Perú, se instala en Ayaviri, donde trabaja por un tiempo. Luego, en enero de 1962, se traslada a Bogotá, dando así, inicio a la presencia de los Hermanos Sagrados Corazones en Colombia.
El Padre Adalberto, trabaja incansablemente en diferentes lugares, hasta que un 5 de febrero de 1971, en un trágico accidente, muere en Medellín en la Parroquia de María Reina. Su sepultura está en ese mismo lugar.

desde bélgica llegan los primeros misioneros sscc a colombia

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Fundadores de la comunidad SS.CC

Fundadores
1. El Buen Padre Pierre Coudrin.


En una Iglesia en constante conflicto con la autoridad política de Francia a fines del siglo XVIII y en las primeras décadas del XIX, el sacerdote Pedro Coudrin es ante todo un Pastor. Su celo ardiente por la venida del Reino, su incansable entrega al servicio directo de las almas, su osado apostolado en condiciones de clandestinidad y persecución son señales de un rasgo típico que define su personalidad y la sociedad que él fundará.
La gracia mística recibida en su escondrijo del granero de la Motte, da a su sacerdocio la visión de una evangelización que lleve el Evangelio a las más remotas islas. Saliendo del granero, jura al pie de la encina: “sufrir todo, santificarse por Dios, morir si hacía falta por su servicio”. Pero ya no se ve solo sino con muchos hermanos y hermanas. Del pastor está surgiendo el Fundador.
Convencido de ser objeto de un misterioso designio de Dios, atento a los signos de la acción de Dios, encontrará en la Sociedad el Sagrado Corazón un grupo de mujeres que buscan algo más y ya practican una cierta vida religiosa. Allí encuentra a Henriette Aymer. Unidos en esa entrega a los Sagrados Corazones, la comunidad crece en torno al Evangelio, al amor redentor de Dios manifestado en el Corazón de Cristo y su entrega hasta ser traspasado.
A partir de sus votos en Navidad de 1800 es el padre José María, siempre al servicio de esa obra de Dios, nunca de él. Junto a ello, su ser de Pastor crece en servicios como vicario de varias diócesis (Tours, Sées ,Troyes, Rouen, etc.) y con el anhelo que se vuelva realidad las misiones por lejanas islas. Doble amor de su corazón, sirve a la Iglesia y a la expansión de su Congregación. Sus visitas, cartas, consejos, afecto, acompañan el rápido crecimiento de la Congregación. El hombre de campo se vuelve conductor de la fraternidad con las realidades de personas y circunstancias. Todos saben que es realmente el buen padre.
El Buen Padre en fechas
El 1 de marzo de 1768 nace en Coussay-les-Bois, un pequeño pueblo cercano a la ciudad de Poitiers.
En 1790 se ordena subdiácono y diácono. Es el año en que la Asamblea Constituyente aprueba la Constitución civil del clero; hay que jurarla o exponerse al destierro.
El 4 de marzo de 1792 se ordena sacerdote, en forma secreta, en la biblioteca del Seminario Irlandés de París.
En 1792, entre mayo y octubre, vive cinco largos meses escondido en el granero del castillo de la Motte d' Usseau, donde vive la experiencia espiritual cumbre que lo lleva a fundar la Congregación.
El 20 de octubre de 1792 sale del granero y se convierte en apóstol clandestino en medio del régimen del Terror. Desarrolla un activo apostolado en Poitiers y sus alrededores.
En Noviembre de 1794 conoce a Enriqueta Aymer.
El 24 de diciembre de 1800, profesa sus votos religiosos. Nace la Congregación.
El 27 de marzo de 1837, a la edad de 69 años, muere en la casa de Picpus, en París. Sus últimas palabras tienen resonancia misionera: “ Valparaíso... Gambier... ”.

2. La Buena Madre Henriette Aymer.
Su origen en la sociedad de fines del Antiguo Régimen, le dan un ambiente y una educación en los valores religiosos propios de la tradición francesa y la somera instrucción apropiada para la mujer.
Cuando la afecta la persecución social y religiosa, buscando sentido a su vida, tras su encuentro con Dios en la prisión, es llevada a la Sociedad del Sagrado Corazón, al Padre Coudrin, su guía, y al grupo de las solitarias, con quienes comienza a andar. Es el grupo inicial de la Congregación.
Desde ese momento se entrega a la realización de la Congregación. Cohesiona en torno a ella al grupo de las Solitarias y a muchas mujeres que buscan una oportunidad de consagración tras la destrucción de la vida religiosa provocada por los acontecimientos políticos. Su liderazgo innato le permiten crecer como Fundadora pero más aún como Madre. Su bondad unida a un carácter fuerte, vivo y sensible al otro, la llevan a ser la Madre y Fundadora en ese rápido crecimiento de la rama de las Hermanas.
Uno de los dilemas que nos presenta la vida de “ la Buena Madre” es la conjunción en ella de aspectos aparentemente contradictorios. Una profunda vida mística la lleva a horas de adoración, a una unión continua y a fenómenos místicos que ella misma no logra explicar, pero que el padre Coudrin aprovecha para saber los designios de Dios sobre la joven congregación. Por otro lado una actividad incansable, más de 20 fundaciones a lo largo de Francia, formación de hermanas, apoyo a las cabezas de las comunidades.
Preocupación práctica y efectiva de todos los aspectos materiales de las dos ramas. Una maternidad desbordante en afecto y cuidados. Si a esto unimos su incomprensible necesidad de penitencia por medios hoy considerados excesivos, sus viajes y sus largas horas de adoración de noche, la vida de la Buena Madre es “ un constante milagro”, según una afirmación del Buen Padre.
Su correspondencia con hermanos y hermanas, sus breves “mensajes” al Buen Padre - en nuestro léxico ss.cc. “billets”- los testimonios de quienes la conocieron, nos hablan de una personalidad fuerte y sensible, mujer de acción muy sentimental, de sentido práctico y de contemplación, como las grandes místicas. Persona compleja, rica, mujer de Dios y Madre de muchos. La Buena Madre.
La Buena Madre en fechas
El 11 de agosto de 1767 nace en S. Georges-de-Noisné, población situada al suroeste de Poitiers.
Entre 1785 y 1793 vive su juventud en un “ambiente mundano”, muy propio de su condición de mujer de clase noble.
Entre el 22 de octubre de 1793 y el 11 de septiembre de 1794 permanece arrestada en la cárcel de las Hospitalarias, en Poitiers, por esconder a sacerdotes que se negaban a jurar la constitución civil del clero. Allí vive una experiencia de conversión, que cambiará el rumbo de su vida.
En marzo de 1795 es recibida como externa en la Asociación del Sagrado Corazón, grupo que acompaña el Buen Padre.
El 20 de octubre de 1800 hace sus primeros votos, junto a otras cuatro compañeras.
El 24 de diciembre de 1800 hace sus votos definitivos.
El 23 de noviembre de 1834 muere en Picpus, París.
El día de Navidad de 1800, el fundador y la fundadora se comprometen juntos a llevar adelante esta obra. El Papa Pío VII confirmó la Congregación en el año 1817 por la declaración "Pastor aeternus".

Un poco de nuestra historia sscc en Colombia

Era el mes de enero de 1962, cuando el P. Adalberto Vanfrachem, pisaba el suelo colombiano. Era el comienzo de nuestra presencia en esta tierra colombiana. La razón de este primer desembarque picpusiano era el carisma misionero de nuestra rama masculina en favor de esta tierra latinoamericana. Nuestras Hermanas ya se encontraban en Colombia con sus obras desde 1945, y la Tercera Rama desde el lejano 1889. El primer paso fue colaborar como vicario en varias parroquias en Bogotá, hasta el 7 de junio de 1962, que se nos confió aquella parcela del Reino de Dios en Bogotá, que llegó a ser la Parroquia de San Mateo en el barrio Simón Bolívar.
Los comienzos no fueron fáciles. Ese mismo año llega de Bélgica el P. Winfrido Vercraeye, y en 1963, ya eran cinco padres: Adalberto y su hermanos Manuel, Fernando Klinkenberg y Javier Manpaey, trabajando en Bogotá: Parroquia San Mateo, 1962 al 2001; Colegio vocacional Pablo VI, 1964 a 1970; Parroquia Cristo Sacerdote, 1966 a 1971; Parroquia La Natividad de Nuestra Señora, 1971 a 1987. Medellín: Parroquia Santo Sepulcro, 1963; Parroquia María Reina, 1967 a 1977. Cali: Parroquia de la Anunciación, 1964 a 1970. Cartago: Parroquia San José Obrero, 1963 a 1972.
Al comienzo existió la preocupación de implantar la Congregación con la acogida posible de jóvenes colombianos y de hecho se construyó el Colegio Pablo VI, en el barrio los Cerezos; sin embargo por muchas razones de personal y paciencia, sólo hasta 1982, se reciben los primeros jóvenes al postulantado.
En 1989, es ordenado sacerdote el primer Hermano colombiano. Actualmente, contamos con la presencia y el apoyo del P. Bruno Benati, sscc (Italia) y el P. Winfrido Vercraeye, sscc (Bélgica).
En la década de los años ochentas, por decisión del cardenal López Trujillo, se entrega la Parroquia del Santo sepulcro en Medellín. Debido al número de jóvenes que van llegando, en 1985, se realiza el primer noviciado. Para 1992, se tiene ya una casa destinada para cada etapa de la formación inicial: Postulantado en el barrio Simón Bolívar, Noviciado en Puente Piedra Cundinamarca y Casa de Profesos en el barrio Las Ferias.
En 1996, se extiende el trabajo con la Parroquia Santa Bárbara del municipio de Vergara Cundinamarca.
La formación se internacionaliza con el envío de Hermanos que van a realizar su noviciado a Brasil y Chile. En la actualidad, también algunos hacen sus estudios teológicos fuera de Colombia.
En 1997, se elige el primer Superior Regional colombiano, P. Orlando Cubillos.
Hoy tenemos a nuestro cargo, la Parroquia de Vergara y la Parroquia San Antonio de Padua en el municipio de Mosquera Cundinamarca y Nuestra Señora de Lourdes en Algeciras, Huila.
El 4 de junio de 2003, hemos pasado a Comunidad Mayor al ser establecidos como Viceprovincia de Colombia.

El carisma de nuestra Comunidad Sagrados Corazones SS.CC.

Nuestro Carisma: "Contemplar, vivir y anunciar al mundoel amor de Dios encarnado en Jesús".

En carisma que se ha formulado en una frase que condensa lo mejor de nuestra espiritualidad y que es por sí misma un reto para todo religioso y religiosa de nuestra Congregación, pues expresa lo que por vocación está llamado/a a vivir.

Somos una Congregación religiosa de derecho pontificio, es decir, aprobada por la Santa Sede. Nuestro nombre oficial es Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar.
Nacimos en Francia, en la ciudad de Poitiers, en 1800. La aprobación formal fue dada por el Papa Pío VII en 1817. Nuestros Fundadores son Pierre Coudrin y Hernriette Aymer de la Chevalerie.
Somos religiosos y religiosas que constituimos una sola Congregación, aunque gozando cada rama de personalidad jurídica autónoma. Hermanos y Hermanas compartimos un mismo carisma y una misma misión. También hay una rama secular, formada por personas –fundamentalmente laicos– que se comprometen a vivir la misión y el espíritu de la Congregación.
Estamos presentes en más de 30 países, en los cinco continentes. Nuestros gobiernos generales tienen su sede en Roma.

El carisma como todo lo del Espíritu es dinámico y evoluciona, por eso sigue vivo hoy en los miembros de la Congregación aunque hayan cambiado las estructuras y expresiones institucionales. Este carisma marca la manera de entender y vivir el Evangelio, y es esa peculiar forma de entender y vivir el Evangelio desde determinadas insistencias o acentos la que llamamos espiritualidad. La espiritualidad de los Sagrados Corazones está expresada en el capítulo primero de las Constituciones, que es común a hermanos y hermanas. Ese capítulo marca como propio de nuestro carisma los siguientes acentos:
1.- "La consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y de María es el fundamento de nuestro Instituto" (Buen Padre). Esta consagración le da su dimensión especial a nuestra vocación particular en la Iglesia. Ella envuelve dos aspectos, sobre todo:
Fe en el amor personal, tierno e incondicional de Dios por nosotros y en la forma bondadosa con que él guía nuestras vidas. "El buen Dios es quien nos da su gracia, nos bendice, nos sostiene, nos ayuda, nos guía a través de la vida realiza su obra en nosotros y a través de nosotros". Este constante sentimiento de ser amado, experimentado por el Buen Padre y la Buena Madre, se expresa por nuestra consagración al Corazón de Jesús, fuente y símbolo de ese amor fiel. La conciencia de su amor impregna nuestras vidas y todas nuestras actitudes.
María, por su fe, su silencio, su entrega de todo corazón, es un modelo para nosotros en nuestra búsqueda por entrar en el Corazón de Jesús. Ella es nuestra compañía a lo largo del camino.
2.- La vida de Jesús (las cuatro edades: nacimiento, vida oculta, vida pública y muerte) como principio determinante de la misión y ministerios de la Congregación y como inspiración de nuestras vidas. La conciencia de que nadie puede agotar la riqueza y plenitud de Cristo da lugar a una real diversidad en la unidad.
3.- Celo para proclamar la buena noticia del amor de dios, especialmente a los pobres. Cuando "nos revestimos de la mente y del corazón" de Jesús el servidor, "el amor de Cristo nos apremia". De ese amor fluye nuestra preocupación cordial por las personas, en especial por los débiles y oprimidos. Este espíritu parece extraordinariamente apropiado hoy día como respuesta a un mundo que se vuelve cada vez más despersonalizado y deshumanizado. Ese celo, que brota del amor que Jesús nos tiene, nos libera para responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo. Como en el caso de nuestros mismos Fundadores, esas necesidades piden de nuestra parte disponibilidad, movilidad, flexibilidad, un espíritu misionero sin límites. Este espíritu nos orienta especialmente al servicio de los más pobres de la tierra.
4.- Centralidad de la Eucaristía en la comunidad, como celebración y acción de gracias, nos evoca la donación total y amorosa de Jesús a su pueblo y nos da fuerzas para seguirlo y para entregarnos del todo a nuestra misión.
5.- La adoración reparadora, como actitud permanente y como forma específica de oración, prolonga la celebración de la Eucaristía en nuestras vidas. Ella le da un significado más profundo al sufrimiento en nuestra existencia y nos hace pensar que el pecado del mundo hiere a Cristo particularmente en los pobres y marginados, a los que estamos especialmente dedicados.
6.- Espíritu de familia, de comunidad que saca de la Eucaristía, sacramento de unidad, sus rasgos distintivos de sencillez, fraternidad, hospitalidad y solidaridad.
7.- Una única Congregación de hermanos y hermanas, tal como fuimos fundados. Es una realidad significativa y permanente, arraigada en la fundación misma de la Congregación y no de carácter puramente funcional, sino que es una forma basada en el carisma o identidad de nuestra Congregación. Los hombres y mujeres que se incorporan a la Congregación desde el comienzo estuvieron dedicados a la misma misión apostólica. Miraron su unidad y su colaboración como una parte importante en sí misma de esa misión en respuesta a la sociedad y a las necesidades de la Iglesia como ellos las percibían. En nuestros días, esa unidad y colaboración pueden ser un testimonio verdadero, en la medida en que avanzamos más y más hacia la igualdad y complementariedad de los sexos en la Congregación, en la Iglesia y en el mundo.
8.- La internacionalidad no sólo como un hecho, sino como un valor y un desafío. Nuestro carisma no se agota en una sola encarnación, y cada inculturación del mismo contribuye a revelar explícitamente su riqueza original. La internacionalidad nos llama a ampliar nuestra solidaridad, tanto en la línea del dar como en la del recibir.

"En Jesús encontramos todo"
Del Reglamento escrito por el Fundador (el Buen Padre) en los primeros tiempos de la comunidad: "En Jesús encontramos todo: su nacimiento, su vida y su muerte: ésa es nuestra regla".
La Congregación es una comunidad formada de Hermanos y de Hermanas, presentes en unos 30 países. Los religiosos y las religiosas son en total cerca de 1500. En la familia SS.CC. hay también una Rama Secular asociada a la Congregación. Uno de los miembros más conocidos de nuestra familia SS.CC. es el Beato Damián de Veuster, apóstol de los leprosos en la isla de Molokai (Hawai).
En algunos países, nuestra Congregación es conocida también con el nombre de "Picpus", dado que poco después de su fundación, la casa central se instaló en la rue de Picpus, en París. Allí está actualmente la Casa provincial de las Hermanas de Francia y una comunidad de Hermanos.
La misión principal de sus miembros se sintetiza en su compromiso de contemplar, vivir y anunciar el amor de Dios encarnado en Jesús, de modo particular a través del servicio en favor de los más necesitados y de la adoración eucarística.
En la Navidad del año 2000, la Congregación ha celebrado el bicentenario de su fundación. Por eso, junto con la Iglesia entera, se abre al nuevo milenio como un tiempo de renovación personal y comunitaria.

para servir en la diversidad de rostros donde está Jesús

para servir en la diversidad de rostros donde está Jesús

en el servicio a los niños encontramos a Dios

en el servicio a los niños encontramos a Dios

compartir la misericordia de Dios con todos

compartir la misericordia de Dios con todos

entrevista al P. Damián

ENTREVISTA AL P. DAMIÁN

No querría la curación si fuera al precio de abandonar la isla.

La noticia de que el Padre Damián había contraído la lepra, fue conocida por el público americano y europeo en 1886. Ciertos rumores comenzaron hasta en la prensa europea, llegando a anunciar su muerte. El P. Damián recibió uno de estos periódicos en diciembre de 1886.

Hemos escogido esta fecha para una interviú imaginariaque el Padre Damián hubiera acordado a un visitante o un periodista en Molokai. Todas las respuestas a sus preguntas son totalmente de Damián, sacadas sobretodo de sus cartas.

• Padre Damián, ¿podría recordarnos su llegada a Molokai?

Mi camino, como sacerdote católico de Kalawao, lo realicé en mayo de 1873. Tenía entonces treinta y tres años y gozaba de una salud robusta.
Un gran número de leprosos acababan de llegar de las diversas islas: eran ochocientos diez y seis. Muchos de entre ellos me habían conocido en la isla de Hawaii; en cuanto a los demás - el mayor número – me eran desconocidos.
Kalaupapa, el pueblo donde se desembarca, era un barrio casi desierto, donde no había más que tres o cuatro cabañas de madera y un pequeño número de antiguas casas de barro cubiertas de hierba. Los leprosos no podían ir allí más que los días en que llegaba un barco. Habitaban todos en Kalawao. Unos ochenta estaban en el hospital, en el mismo edificio que podemos ver aún hoy día. Todos los otros leprosos, con un pequeño número de kokuas (ayudantes no leprosos) habían plantado su morada más arriba, en el valle. Cortaron viejos pandanos o los bosquecillos de otros árboles para construir su casa. Muchos, sin embargo, no se habían servido más que de ramas de los árboles de ricino, que recubrían de hojas de caña de azúcar. Yo mismo me instalé, durante varias semanas a la sombra del único pandano que había quedado hasta entonces en el cementerio.

• Ya hace trece años que usted se encuentra aquí. Conoce mejor que nadie su terrible enfermedad, de la que hoy ya está contagiado.

Durante este largo periodo, he tenido la ocasión de observar de cerca, como si las tocara con la mano, las miserias bajo su aspecto más terrible. La mitad de los enfermos parecían cadáveres vivos a los que los gusanos ya han comenzado a roer, primero interiormente, después exteriormente, hasta hacerles terribles llagas de la que se curan raramente.
Son asquerosos de ver, es verdad, pero tienen un alma rescatada al precio de la sangre adorable de nuestro Señor Jesucristo.

• Y usted está en contacto diario con estos enfermos, habiendo aceptado hacerse leproso con los leprosos.

Cada mañana, después de la Misa a la que siempre sigue una instrucción, voy a visitar a los enfermos. Hay en las visitas a domicilio mucho bien que hacer; pero es necesario condenarse a respirar un aire infeccioso. Me costó mucho habituarme a vivir en esa atmósfera. Un día, durante la Misa Mayor, me encontré tan sofocado que estuve a punto de dejar el altar para ir a respirar aire puro en el exterior. Ahora la delicadeza de mi olfato ya no me ocasiona este sufrimiento y entro sin dificultad en las habitaciones de mis pobres leprosos. Algunas veces sin embargo experimento todavía repugnancia: es cuando se trata de confesar a los enfermos cuyas llagas están llenas de gusanos semejantes a los que devoran los cadáveres en la tumba.
La nariz del confesor tiene en ella su parte de mortificación, tanto como las orejas, con una diferencia sin embargo, que me las puedo tapar si no quiero oler al cuerpo infecto. La otra noche volvía a casa de noche entre el barro y dando tumbos como un borracho: creo que el ambiente había afectado a mi cerebro. De la mañana a la noche estoy en medio de miserias físicas y orales que destrozan el corazón. Sin embargo trato de mostrarme siempre alegre, para levantar el coraje de mis enfermos.

• ¿Cómo ha podido ganar el corazón de esos desgraciados?

No crea que de todos: hay un buen número de oposición o de indiferencia. Pero sé que Dios les ama. Esos se los dejo a Él y así nos repartimos el trabajo. Le respondo como escribí en el Informe que me encargó el Presidente del gobierno: “Una gran bondad para todos, una tierna caridad para los más necesitados, una suave compasión para los enfermos y los moribundos, con una sólida instrucción religiosa que doy a mis oyentes, tal ha sido el proceder de que me he servido para llevar a Dios a mis pobres enfermos”.
Dios me protege de dejarme llevar a una especie de vanidad por un cierto bien que El se digna hacer por medio de mi ministerio. Si se habla mucho de mí, lo mismo en los periódicos que en las iglesias, deseo que se devuelva la gloria a quien es el Autor y Consumador de todo bien. En cuanto a mí, querría permanecer desconocido en la leprosería de Kalawao, en la que me siento feliz y contento, rodeado de mis numerosos hijos enfermos.
En lo que se refiere a mí, me hago leproso con los leprosos, para ganarlos a todos para Jesucristo. De ahí viene que cuando predico, me he acostumbrado a decir: “....nosotros, leprosos”. Y un anhelo de esperanza: “Leprosos, pero no en el cielo”.

• Kalawao es hoy una verdadera parroquia que habéis sabido organizar

Hemos formado en Kalawao dos asociaciones: una para los hombres, otra para las mujeres, cuya finalidad es la de visitar y ayudar a los enfermos.
Hemos establecido la Adoración perpetua en las dos iglesias de la leprosería. Si es bastante difícil mantener las horas bien regulares, porque las enfermedades de los miembros de la Adoración les impiden a veces venir a hacer su media hora en la iglesia, me siento muy edificado al verles, en su hora fija correspondiente, en adoración sobre su lecho de paja y de dolor, en sus modestas cabañas.

• Hay también muchos niños en el lazareto. ¿Qué es lo que habéis podido hacer por ellos?

Tengo un pequeño orfelinato compuesto de jóvenes niños leprosos, de los que una buena viuda – no leprosa y ya avanzada de edad – es la madre y la cocinera. Aunque sus casas están separadas de la mía, nuestra comida se hace junta y compartimos nuestras provisiones.
Se me han confiado también los chicos y he construido para ellos un Boy's Home y yo me ocupo de mis huérfanos, todos leprosos.
Es, más o menos, repugnante a la naturaleza el estar todo el día rodeado de estos desgraciados niños; pero encuentro en ellos mi consuelo. Aprenden bien el catecismo y asisten cada mañana a la Misa y por la tarde al rosario. Siendo un poco médico, como mi patrón San Damián, intento con la ayuda de Dios, suavizar y aliviar sus terribles sufrimientos. Tenemos, en los barrios de los leprosos, dos escuelas cuyos maestros católicos están pagados por el gobierno. La mayoría de los niños leprosos son católicos. El domingo en la Misa mayor, mis niños cantan admirablemente, como músicos perfectos. Pero recientemente, a causa de las muertes y de la pulmonía he perdido todas las más bellas voces de mi coral.

• Vivir aquí es encontrarse cada día de cara a la muerte, ¿Cómo vive usted esta experiencia?

Encuentro mi mayor felicidad en servir al Señor en estos niños sufrientes que los hombres rechazan. Me esfuerzo en conducirles a todos por el camino del cielo.
Casi todos desean morir católicos y hago cuanto puedo por prepararles bien. En este trabajo es en el que encuentro mi mayor consolación.
Desde que estoy aquí, he enterrado cada año de ciento veinte a doscientos difuntos. Y sin embargo el número de leprosos vivientes siempre es de unos setecientos.
Les aseguro que el cementerio y la choza de mis moribundos son mis mejores libros de meditación, tanto para alimentar mi propio corazón como para preparar mis instrucciones.

• ¿No ha tenido la tentación de huir de este infierno?

Sin el Santísimo Sacramento una posición como la mía no sería tolerable. Pero teniendo a Nuestro Señor cerca de mí, estoy siempre alegre y trabajo con ardor por la felicidad de mis leprosos. Sin la constante presencia de nuestro divino Maestro en mis pobres capillas, no habría podido, sin duda, perseverar en mi resolución de compartir la suerte de los leprosos de Molokai.
No, no querría recuperar la salud, si mi partida de la isla y el abandono de mis trabajos hubieran de ser el precio que tuviera que pagar.

• Sus relaciones con sus superiores no han sido siempre fáciles. Hasta le impidieron que abandonarais la isla de Molokai.

Se me ha prohibido que en adelante vaya a Honolulu porque estoy contagiado de la lepra. El rechazo autoritario expresado por la voz de un policía más que por la de un superior religioso, y este rechazo realizado en nombre del obispo y del ministro del gobierno, como si la Misión fuera a ser puesta en cuarentena si yo aparecía por Honolulu, me causó más pena, lo digo sinceramente, que todo cuanto he tenido que padecer nunca desde mi infancia. Yo he respondido con un acto de sumisión absoluta en virtud de mi voto de obediencia.

• ¿Cuál ha sido su mayor sufrimiento en el transcurso de todos esos años?

En el mes de julio último, habiendo pasado unos tres meses sin ver a un solo compañero de la congregación, casi me escapé y llegué a Honolulu., donde tuve el consuelo de confesarme con Monseñor; esa misma semana ya estaba aquí de vuelta.
Es esta privación de todo hermano de nuestra querida Congregación lo que me es más penoso que la misma enfermedad de la lepra.
Intento subir lentamente mi camino de la cruz, y espero encontrarme pronto en la cumbre de mi Gólgota.


Revista M i s s i, Janvier 1989, nº 1 - p. 1-33 Magazine d' I nformation S pirituelle et de S olidarité I nternationale 6, rue d'Auvergne – 69287 LYON CEDEX 02 Todo el número esta dedicado al P. Damián en su centenario
Traducción P. Joaquín Salinas, ss.cc.


Si vuelves la mirada ante un leproso, el leproso no es él, el leproso eres tú.
Si no le tiendes la mano, el leproso no es él, eres tú.
La verdadera lepra es no amar, tú lo sabes, Damián…
¡Tú la has vivido, tú la has probado, Apóstol de la Caridad!
En el fondo de todo corazón egoísta, se mueve el virus de la lepra, que roe, reseca y hace morir.
En el fondo de todo corazón amante muere el virus de la lepra, y el amor, la vida pueden germinar.
La verdadera lepra es no amar, tú lo sabes, Damián…
Tú leproso con los leprosos, Testigo de la Caridad.
La lepra continúa haciendo daños, toma muchos rostros extraños: marginación, sida, para, explotación.
Te hace señas ¿volverás tu rostro? ¿Cerrarás tus manos, tus brazos? ¿No abrirás tu corazón?
La verdadera lepra es no amar, tú lo sabes Damián…
Tú has muerto leproso, porque no tenías esta LEPRA, Tú, mártir de la CARIDAD.